Éste es un valioso aporte de Alejandro Lamarque, amigo y ex compañero de Kapüten.
Cuenta la historia de un Campeonato ganado por Kapüten a principios de los años ’90s ( yo no integraba aún el equipo ) en forma de ficción. Vale la pena leerlo.
Espero que lo disfruten !!!!!!
Javier
Érase una mañana entrando al verano, se adivinaba el calor que haría sobre las 4 de la tarde, hora de inicio del partido. Los muchachos del cuadro grande, comían una picada a media mañana con una cervecita.
El partido ya estaba ganado, era un trámite. Como mucho un entrenamiento con algo de exigencia decían y a la noche a festejar al boliche. El cheboli estaba alquilado y preparado, con los colores de los Gigantes, ese era el nombre de su equipo, trapos banderines etc. desplegados por paredes y hasta sobre los manteles de las mesas…
Solo faltaba que los partenaires cumplieran con su parte en el encuentro y perdieran sin chistar como Dios manda. Una derrota digna, eso era suficiente.
El cuadro Punta Chica, era debutante en los campeonatos del pueblo, a diferencia de los Gigantes, que ganaban casi todos los años el torneo y siempre jugaban la final. Estos tenían en sus vitrinas 9 copas y querían si o si la décima, como que el 10 es un número mágico que cierra un ciclo, los chiquilines no los iban a arruinar.
Los muchachitos de Punta Chica, se juntaron en lo del Carlos. La mayoría de ellos estaban apichonados, “hicimos un campañón” se decían, como dando a entender que ya estaban hechos. Que hicieron un gran torneo y después de foguearse unos años, pensaban que le iban a dar batalla a los Gigantes y hasta ganarles. Pero ese día las cartas estaban echadas y no había dios que las cambiara, si hasta el boliche para la fiesta tenían alquilado.
No, esa tarde no era para ellos, era de los Gigantes y solo de ellos. La tarde seria de sus rivales, por designios de los dioses del futbol y sus códigos.
Juan, el capitán de Punta Chica no estaba de acuerdo con la sentencia de derrota previa de sus compañeros. Bramaba de furia al escucharlos, que no eran una sarta de pichoncitos decía y esa misma tarde lo iban a demostrar en el verde césped.
Él era toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno, no se habla más de derrota, esa palabra no existe en nuestro diccionario para el match.
Garra y corazón, sangre nuestra camiseta es color sangre, rojo sangre. Eso es lo que vamos a transpirar en el field y lo vamos a regar con ella si es necesario.
Pepe, otro jugador con pura garra y actitud, tomó la batuta que dejó Juan. Saben que los muchachos de Gigantes, ya contrataron el boliche para el festejo del campeonato esta noche. No sé a ustedes, pero a mí me da en los cataplines, me encantaría aunque no fuera mas que por eso, (sacarles el campeonato del buche). Que se metan el boliche en el bolsillo de atrás del pantalón y se le sienten encima.
Despacito empezaron a reaccionar los otros muchachos, y se fueron contagiando. El inflador anímico que usaron por diferentes vías Juan y Pepe, empezaba a funcionar.
Se fueron enojando, ofendiendo y creciendo en rabia y coraje. Al rato ya estaban para salir a carnear chanchos a diente. “Que como nos toman de esa manera”, “que ya dejamos de usar pantalón corto”, que patatín y que patatán. Se había dado vuelta la tortilla, ese grupito de chicos inseguros y asustados se había transformado en un grupo de jóvenes leones. No lo iban a tener tan fácil los Gigantes esa tarde, el trámite se iba a poner mucho más pesado de lo que se lo esperaban.
Llego la hora del partido, en el club el sol rajaba la tierra y el calor era agobiante. Para un viejo futbolero sentado a la sombra de un Paraíso, ese no era un detalle menor y al hombre se lo notaba conocedor. En el segundo tiempo les va a afectar mucho mas este calor a los viejos, en los últimos minutos les va a pesar las gambas. Pareció un ineludible presagio que desencadenaría la fatal sentencia.
Las apuestas en el bar del club, estaban con la lógica ,10 a 1 a favor de los Gigantes. Nadie apostaba por los muchachitos.
El partido arrancó como se preveía, con claro dominio de los Gigantes,”a los de Punta Chica les pesaba el partido”, comentó el veterano del paraíso. Quizás ni siquiera el calor cambie la cosa, están muy abatatados.
Punta Chica usaba unas camisetas blancas que les prestaron, pues las rojas las traía Beto, papá de uno de los chicos que no había llegado todavía.
Siguió el curso del match y los chicos empezaron a reaccionar, hilvanando algunas jugadas favorables pero sin demasiada profundidad. Siguió corriendo el reloj, los chicos equilibraron el juego y de hecho empezaron a dominarlo.
De golpe una jugada fulminante de contraataque de los Gigantes, terminó en un soberbio gol de Chicho la figura de su equipo. El match continúo con una notable mejoría de los chicos, que fueron a buscar el partido pues estaban un gol abajo.
Rondaron varias veces el área pero no pudieron convertir. Se merecían el empate a estas alturas, pero en el futbol los goles no se merecen, se hacen y ahí estaban fallando, les faltaba el cuarto pal peso.
Se dio por segunda vez la misma pesadilla, Chicho imparable en su contragolpe y calcando el primer gol, puso el segundo en el marcador. 2 a 0, partido liquidado, dijo el viejo.
Por suerte para Punta Chica, el juez pitó el fin del primer tiempo. A las duchas a refrescarse y shampoo del capitán de Punta Chica, para cambiar en 10 minutos la cabeza de sus jugadores.
Trabajó como nunca Pepe con su inflador, dándole manija a sus compañeros más bajoneados, diciéndoles que se podía ganar y que los milagros existen si se pone toda la fe y todas las ganas para alcanzarlo.
Juan por su parte no paraba de arengar y levantar a sus jugadores, antes de entrar a la cancha y debajo del paraíso los hizo reunir para la ultima arenga antes de entrar a la arena ( el viejo ya no estaba, quizás pensó que el match estaba definido ).
A partir de acá jugamos gratis, ustedes me dicen que ya perdimos, (no dudo que no es así, pero no importa), nos pesó el primer tiempo por la presión, por la historia de los Gigantes en el torneo. Todo eso se terminó, ya perdimos, ahora salimos a jugar como siempre, otro partido. A divertirnos y a ganarlo con todas las ganas como siempre. El primer tiempo nunca existió, ya fue. Ahora y recién ahora empieza el verdadero partido, NUESTRO PARTIDO, el otro fue de ellos.
El juez pito el inicio del segundo tiempo y claramente arranco otro partido, el viejo se hubiera sorprendido del cambio. De hecho Punta Chica cambió de camiseta, pues las otras estaban muy sudadas por el calor y a Dios gracias habían llegado las suyas, las rojas de la mano de Beto. Las gloriosas, sin lugar a duda entro otro equipo a la cancha y arrancó un nuevo partido.
Punta Chica jugaba con la solidez y la clase de futbol de todo el torneo, sueltos, con picardía, divirtiéndose con muchas ganas, los goles tenían que llegar con ese ballet futbolístico. Así fue, a los 10 minutos el primero, golazo de Mingo al ángulo izquierdo, estéril vuelo del arquero a ese lugar, llegó a la cita con el balón una hora tarde. A buscarlo al fondo de las mallas…
Justo, el capitán de los Gigantes comentó; “no pasa nada, ahora le clavamos dos pepas más”. El desarrollo posterior del partido no le dio la razón. Los chicos se floreaban con la globa cada vez más, las camisetas rojas flotaban sobre el césped sin tocarlo, se movían como alfiles en un descomunal tablero verde de ajedrez.
A los 22 minutos llegó el segundo gol, jugada exquisita y mejor definición de Mingo. “La cosa cambió”, se escuchó decir desde debajo del Paraíso, había vuelto el viejo a su lugar. “Les pesan un montón las gambas, ya se sabía, era cantado…”
Todos los caminos conducen a Roma, dicen y en ese momento el ombligo del mundo era el arco de los Gigantes. Todo el juego avanzaba y se dirigía hacia esos tres maderos, como si el balón fuese de metal y los postes un gigantesco imán.
Como no hay dos sin tres, se escuchó un grito tremendo surgido de once enrojecidas gargantas a punto de explotar, golazo de Mingo por tres. El éxtasis y la gloria en un instante. Una masa irreconocible de camisetas rojas apiñadas, fundiéndose un abrazo eterno. Corría el minuto 36 a esas alturas del match…
Tardaron los Gigantes dos minutos más en reaccionar y darse cuenta que perdían. Se les iba el campeonato, era imposible estar viviendo esa pesadilla. Finalmente reaccionaron, si bien hacía un calor tremendo y estaban cansados, salieron a buscar el empate como fieras. Tenían con qué y pusieron toda la carne al asador.
Fueron 7 minutos más el alargue, tremendos, épicos. Los chicos de Punta Chica, tuvieron que acomodarse y aguantar el chubasco. Contraataque tremendo de Punta Chica aprovechando que los Gigantes se mandaron todos al frente y Mingo, sí, el héroe de la tarde, se lo perdió. No pudo definir el partido, con el gol más sencillo de todos.
Faltaban los minutos finales y los Gigantes demostraron su valía, arrimando al área con toda su gente en malón. Por suerte para los chicos, bastante desordenados y faltos de claridad.
Sonó varias veces el silbato del juez, parecía el clarín de la victoria, el milagro se había concretado, David le había ganado a Goliat.
Se repitió la piñata roja en el medio de la cancha, irreconocibles en esa masa informe los jugadores de Punta Chica.
Los muchachotes de los Gigantes, desconsolados, vagaban sin rumbo por el verde, sin poder creer lo increíble. Se fueron lentamente hacia los vestuarios, como autómatas. Arrastrando sus botines que a esa altura pesaban 100 kilos cada uno.
Se venia el gran festejo del titulo esa noche, pero los chicos, no tenían nada previsto. “Donde lo hacemos” se preguntaban. Ahí fue Pepe quien terció: lo hacemos en el boliche que reservaron los Gigantes, total ellos ya no lo van a usar. Así salió la idea, la misma no les gustó mucho a los Gigantes, pero así recuperaban el depósito que ya habían pagado por el salón.
A partir de entonces el asunto, fue pasar por el boliche y hacer sacar todos los trapos de los Gigantes, banderines, carteles de campeón etc… Luego vestir el cheboli de rojo todo rojo. El color del glorioso Punta Chica, el campeón que nunca debió ser.
Ale “El Bufalo” Lamarque