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La Catedral de San Sebastián en Rio de Janeiro

La Catedral de Rio de Janeiro, donde el Papa Francisco presidió una Misa para los jóvenes peregrinos argentinos que asistieron el año pasado a la Jornada Mundial de la Juventud. Mi hija Clara participó de ese encuentro juvenil, y estuvo en el exterior de la Catedral esa memorable mañana en Rio.

Holanda 3 vs Brasil 0, Post Match en la Fan Fest de Río

Sábado 12 de Julio 2014. Pocos minutos después de una nueva frustrante derrota de la Selección brasileña, los torcedores que se quedaron en la Fan Fest, junto con los numerosos turistas presentes de distintas partes del mundo, especialmente de latinoamérica y más precisamente de Argentina, nos dispusimos a pasar un muy buen rato oyendo música y algunos bailando al ritmo de una banda que se presentó en el escenario debajo de la pantalla gigante.

Era la última noche antes de la Final y su noche posterior, que podía llegar a ser de gloria o de derrota. Consciente de que posiblemente no me iba a quedar al show posterior a la Final en la Fan Fest, me dediqué a recorrer el lugar esa noche sacando fotos y disfrutando del encuentro con los fans que se divertían en un lugar ideal para hacerlo.

Sorprendentemente, me encontré con mi médico clínico y un grupo de ocho amigos que habían viajado a último momento después de la Semifinal del miércoles, para estar en Río para la Final.

Mientras le propuse a él y sus amigos sacarles una foto con unos mexicanos y ellos empezaron a juntarse para posar, de repente un montón de personas se quisieron agregar a la foto, y terminé sacando la foto más llena de hinchas de todas las que saqué durante la Copa !!!!!!

Fue muy divertido ese rato pasado en la Fan Fest luego de un partido que los brasileños trataron de olvidar rápidamente. En el lugar había muy pocos holandeses, porque sus hinchas estaban siguiendo al equipo en Brasilia.

Holanda 3 vs Brasil 0, el match en la Fan Fest de Río

Sábado 12 de Julio 2014. Estuve en la Fifa Fan Fest de Río de Janeiro viendo cómo Holanda le ganaba 3 a 0 a Brasil, y se quedaba con el 3er. Puesto de la Copa del Mundo 2014.

Hubo poca presencia brasileña, y la mayoría sin la camiseta de la selección. Se notó porque pude entrar al recinto de la Fan Fest aunque llegué a la playa de Copacabana tan sólo una hora antes del partido.

Había muchas chicas en el público, porque estaban interesadas en participar del show de una banda que se presentaría en el escenario al terminar el partido. Esa tarde hubo pocos holandeses, ya que el grueso de los hinchas naranjas estaban en el estadio de Brasilia.

Ya sin ningún posible enfrentamiento argentino con Brasil, estaba dispuesto a hinchar por Brasil, pero el tempranero gol de Holanda frustró rápidamente mi intención de hacer fuerza por Brasil. Los mismos brasileños quedaron helados al ver que le cometían penal a Robben menos de dos minutos después de empezado el partido, y se oía un murmullo de disconformidad y sorpresa.

Imagino que también estaban con temor de que se pudiera repetir una catástrofe futbolística similar a la vivida pocos días antes frente a Alemania. Al final, el resultado fue amplio a favor de los holandeses, y muchos brasileños se retiraron pocos instantes después del tercer gol de Holanda.

Cuando terminó el partido, otro nutrido grupo de brasileños se retiró velozmente, sin quedarse a ver el show posterior al partido. Se notaba una gran decepción y frustración en sus rostros, y en la voz del periodista brasileño que transmitía el partido por la TV y que se oía por los parlantes, cuando hizo un comentario nostálgico de las grandes figuras futbolísticas brasileñas, que quedó documentado en el final del video.

Lionel Messi, el paria que no llegó a leyenda – La Nación

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Martes 15 de Julio 2014 / 09:18

Lionel Messi, el paria que no llegó a leyenda

Por Cristian Grosso / canchallena.com

RIO DE JANEIRO.- Con ningún otro somos tan exigentes. Los sometemos a pruebas que nadie podría superar. Lo medimos con otra vara, es cierto. ¿Es injusto? Es probable. Él nos acostumbró a lo extraordinario y nosotros cometemos el desliz de pedírselo a toda hora. Habrá que reconocerle varios méritos al Catalán antes de despellejarlo.

Él sostiene la marca argentina en el mundo. Él enderezó a partir de una tarde en Barranquilla la clasificación hacia Brasil 2014. Él mantuvo a la selección en la línea de flotación durante la primera rueda, cuando las dudas de Sabella y un estilo indefinido la tenían como una hoja en plena tormenta de verano. Él rescató del tedio al equipo en el debut contra Bosnia. Él lo salvo de la infamia ante Irán. Él bombardeó dos veces sobre Nigeria para asegurar el primer puesto del Grupo F, que luego daría derecho a tantos beneficios de logística y rivales a partir de los octavos de final.

Messi fue de mayor a menor en el Mundial. Y se fue quedando solo en el recorrido. Necesita cómplices para su cacería, pero terminó encerrado jugando al solitario. Primero perdió a Gago, que se sacó del equipo con su pobre rendimiento. Después cayó el Kun Agüero, lesionado, que al volver apenas fue una sombra de aquel goleador del City llamado para sentenciar las grandes citas. Más tarde lo abandonó Di María, el dinamizador del equipo, el ladero con mayor verticalidad y explosión para acompañarlo. E Higuaín, salvo en la tarde contra Bélgica, trajo al Mundial su versión más descolorida.

Messi se quedó desabastecido en un desierto.
Perdió pólvora y puntería. Rompió la maldición del arquero nigeriano Vincent Enyeama, al que no había podía quebrar en Sudáfrica 210, pero desde entonces no convirtió más en sus restantes 478 minutos en el Mundial. No fue casual. El capitán hizo una enorme concesión en beneficio del estilo colectivo que tomó la selección. La recortada fluidez del juego comprimió a la Pulga.

Él precisa socios para un mayor radio de distracción, pero la formación se estructuró para resistir, para ocupar los espacios, para cerrarle los caminos a los rivales. Y la Argentina lo consiguió, a medida que Messi fue quedando como un paria.

El blindaje albiceleste lo opacó. Y lo agotó, porque no le escamoteó ni una gota de sudor a la propuesta. Como ejemplo, vale el mano a mano con Courtois en el final del choque con Bélgica que, fresco, resolvía con una gambeta antes que rematar al cuerpo.

¿Se quejó? Nunca. ¿Se sublevó? Jamás. Así de involucrado estaba detrás de la causa común, que era también la de él, coronarse campeón, aunque no fuese recorriendo los caminos que lo beneficiaban. Al revés de lo usual, la estrella jugó para el equipo. Y eso convendría reconocérselo.

Quizá Messi nunca más vuelva a estar tan cerca de convertirse en mito. Más allá de los cuatro o los mil Balones de Oro que reciba. El día era anteayer, en el Maracaná, para rubricar la victoria más trascendente de la historia del deporte argentino.

Por eso la distinción como mejor jugador de la Copa hasta a él le pareció una burla. «Este premio no me importa nada», confesó. Y créale, es así. Si quisieron consolarlo, le abrieron la herida. Vaya a saber qué ridículo coeficiente aritmético envalentonó a la FIFA para concretar otro desatino. ¿O fue comercial? Un alemán se merecía la mención. Quizá el arquero Manuel Neuer., pero la FIFA ni lo había incluido entre los 10 candidatos. Entonces, Philipp Lahm hubiese sido un buen receptor, casi un símbolo para el capitán, y crack, del formidable proyecto alemán.

Messi ofreció durante el Mundial rasgos que nunca se le habían visto. Porque trucos y fantasías se le conocían, pero esta vez le agregó rabia y liderazgo a casi todo su periplo. ¿Recuerdan la arenga contra Holanda? ¿Alguien lo había visto así? ¿Y los festejos contra Bosnia e Irán?

Los puntajes de LA NACION fueron 5 contra Bosnia (nos equivocamos, ese día mereció una calificación más alta), 7 con Irán, 10 con Nigeria, 7 con Suiza, 8 con Bélgica, 6 con Holanda y 4 con Alemania, para un promedio final de 6,71 que lo incluye en nuestra selección ideal de la Copa del Mundo.

Sí, su peor actuación fue en la final del mundo. Desfavorecido por el dibujo y las circunstancias, Messi igual debió insubordinarse. Condujo a la Argentina hasta un lugar inhabitado por años, y ahí falló. Le duele más que a nadie. Él quería ser leyenda.

Charla sobre mi Camiseta exclusiva, con Periodista de Honduras

En la mañana del Viernes 11 de Julio 2014, dos días antes de la Final de la Copa del Mundo Brasil 2014, me encontré con un periodista hondureño y su camarógrafo frente a la Catedral de San Sebastián, en Rio de Janeiro.

Estaban a punto de hacer una nota en vivo para su país, y quedé con ellos que yo iba a ser entrevistado en el último tramo de la nota en vivo. lamentablemente la entrada fue más corta de lo que esperaba el cameraman, con lo cual me quedé sin hablar para el público hondureño.

Como no me quise perder la oportunidad de hablar, les pedí si me podían hacer la nota para mí, y ellos aceptaron de muy buena gana. Luego los volví a encontrar recorriendo la Catedral. Quedé muy agradecido.

Un Periodista alemán habla del Bayern y de Demichelis antes de Final

El periodista alemán Sven Tröster habla a mi pedido de su equipo, el Bayern Münich y del zaguero central de nuestra selección, Martín Demichelis, en una pequeña entrevista que le hice frente a la Catedral de Rio de janeiro el Viernes 11 de Julio 2014, dos días antes de la gran Final de la Copa del Mundo Brasil 2014 entre Argentina y Alemania.

Nos quedamos charlando aproximadamente media hora, luego de saber que era un periodista.

Casi al final de la charla apareció el técnico argentino Gustavo Alfaro y se sumó un poco a la charla y nos sacamos un par de fotos los tres juntos.

Alfaro le deseó buena suerte al periodista alemán, con excepción del día Domingo, y todos reímos juntos.

Nota con Periodista Alemán antes de la Final

Video del periodista alemán Sven Tröster entrevistado por mí el Viernes 11 de Julio 2014 frente a la Catedral de San Sebastián en Rio de Janeiro, dos días antes de la Final de la Copa del Mundo Brasil 2014 entre Alemania y Argentina

Pasó el Rubicón con los genes del ’86 y del ’90 – La Nación

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Pasó el Rubicón con los genes del ’86 y del ’90

Por Daniel Arcucci | canchallena.com

BRASILIA.- El Vasco Goycochea, que hace 24 años se hizo eterno, cuenta que todavía hoy, cuando los hinchas lo cruzan por la calle, lo saludan al grito de «¡Gracias por aquel título, Goyco!», como si la Argentina se hubiera coronado en Italia ’90. Y no, no se coronó, pero hasta ayer ese Mundial marcaba para el seleccionado el récord que a ningún deportista le gusta ostentar: «la última vez que.».

Cuando a «la última vez que» se le empiezan a sumar años detrás no se agiganta el orgullo, sino el karma, que empiezan a arrastrar generaciones, una barrera que parece infranqueable y sólo parece levantarse para dejarle paso a más y más frustración.

«Tenemos la esperanza de cruzar el Rubicón», había dicho Alejandro Sabella 24 horas antes de partido que volvía a poner al seleccionado frente a esa muralla y, una vez parado frente a ella, le había dado el sentido que la palabra realmente tiene: «Tomar una decisión importante afrontando un riesgo». Eso hizo, justamente. No tomó una sino un par de decisiones importantes y el equipo cruzó la frontera maldita.

No tuvo la épica literaria, seguramente, de los penales atajados por Goycochea ante los yugoslavos ni tampoco, ciertamente, la épica histórica de los goles de Diego a los ingleses. Pero tiene la grandeza de haber roto el maleficio y le sobran peso histórico y puntos de contacto con aquellas historias como para no dejarlo apenas en un dato estadístico.

Ardía el estadio Artemio Franchi, de Florencia, en aquella tórrida tarde del 30 de junio de 1990, el día que nació la leyenda de los penales, que terminó siendo la de aquel Mundial, con título o sin él. Hubo un antes y un después, pero ese día de cuartos de final a mata o muere, resultó fundacional para un equipo caótico y rabioso, tan enojado con las críticas como con la pelota, al que le cabían más las angustiosas epopeyas que el buen juego que podrían haber producido, y ya no tenían manera de hacerlo, un Diego herido en el tobillo, en la uña y en el alma y un Caniggia al final ausente.

Ardía el estadio Azteca, en México DF, en aquel mediodía tórrido del 22 de junio de 1986, cuando Maradona metió «La Mano de Dios», primero, y «dejó en el camino a tanto inglés», después, para darle forma a uno de esos triunfos que ponen a cualquiera en el altar, y a él lo puso, y al equipo que lo logra en carrera hacia lo que sea, después de haber aprendido a llenar sus tanques con el combustible del cuestionamiento. Aquel día de octavos de final, y no antes, nació la formación que todo el mundo hoy recuerda y que Bilardo insiste en ubicar como el último cambio táctico revolucionario del fútbol.

Créase o no, por suerte están los libros, aquella fue la primera jornada en la que la Argentina jugó con un líbero, Brown; dos stoppers, Ruggeri y Cucciuffo; dos laterales volantes, Giusti y y Olarticoechea, tres mediocamistas con funciones bien determinadas, Enrique-Batista-Burruchaga; y dos delanteros, Valdano y un tal Maradona. No había jugado así antes, pero así quedó en la historia para siempre. Y aunque Diego levantó la Copa después del encuentro decisivo contra Alemania, es el día de hoy que dice «cuando le ganamos la final a los ingleses.».

A pesar de venir de un triunfo contra Uruguay, en los octavos, Bilardo hizo dos cambios, Olarticoechea y Enrique, por Garré y Pasculli. A pesar de venir de un triunfo contra Suiza, Sabella hizo dos cambios, además del obligado de Basanta por Rojo: Demichelis por Fede Fernández y Biglia por Gago. «Tomó una decisión importante afrontando un riesgo», para cruzar el rubicón, o simplemente apostó por aquello que lo convencía más. Sea cómo sea, hizo explícito en hechos lo que había quedado implícito en sus palabras de un días antes, cuando reconoció que el equipo ganaba, pero todavía no jugaba como ellos, como él, sentían que debía jugar.

Contra Bélgica, el seleccionado argentino fue un equipo tan comprometido contra la adversidad como el del ’86 y tan cínico y pragmático como el del ’90.

No tuvo, esta vez, al Messi goleador de siempre, pero sí tuvo, esta vez, al Messi rebelde capaz de ir a recuperar la pelota con la energía con la que un chico iría a reclamar el juguete que le quitaron. No tuvo, esta vez, al Pipa Higuaín impreciso y disperso del Mundial que ya fue, pero sí tuvo, esta vez, al Higuaín letal, capaz de definir el rumbo de un partido con una definición exquisita.

Y después durmió el partido. Durmió al rival. Lo despertaba cada tanto, como si le hiciera un chiste, con los baldazos de vértigo que le lanzaban, esporádicamente, Di María, mientras estuvo; Messi, por supuesto, y el propio Higuaín. Mascherano sólo tuvo que jugar de Mascherano, porque de lo otro se ocupó Biglia, y Garay fue más sólido al lado de Demichelis, que lo respaldó como sólo lo hace un Tata.

Podría haber terminado antes con los tibios belgas, de proponérselo, pero no parece estar en los genes de este equipo refundado, como sí lo estaba en el de los cuatro fantásticos. Este equipo es otro. Distinto. Nació ayer. Al pasar el karma, la barrera, la muralla, la frontera, la maldición de los cuartos de final. El Rubicón.