Archivo de la etiqueta: Diario La Nación

Lionel Messi, el paria que no llegó a leyenda – La Nación

canchallena.com> Columnistas> Cristian Grosso> Mundial Brasil 2014

Martes 15 de Julio 2014 / 09:18

Lionel Messi, el paria que no llegó a leyenda

Por Cristian Grosso / canchallena.com

RIO DE JANEIRO.- Con ningún otro somos tan exigentes. Los sometemos a pruebas que nadie podría superar. Lo medimos con otra vara, es cierto. ¿Es injusto? Es probable. Él nos acostumbró a lo extraordinario y nosotros cometemos el desliz de pedírselo a toda hora. Habrá que reconocerle varios méritos al Catalán antes de despellejarlo.

Él sostiene la marca argentina en el mundo. Él enderezó a partir de una tarde en Barranquilla la clasificación hacia Brasil 2014. Él mantuvo a la selección en la línea de flotación durante la primera rueda, cuando las dudas de Sabella y un estilo indefinido la tenían como una hoja en plena tormenta de verano. Él rescató del tedio al equipo en el debut contra Bosnia. Él lo salvo de la infamia ante Irán. Él bombardeó dos veces sobre Nigeria para asegurar el primer puesto del Grupo F, que luego daría derecho a tantos beneficios de logística y rivales a partir de los octavos de final.

Messi fue de mayor a menor en el Mundial. Y se fue quedando solo en el recorrido. Necesita cómplices para su cacería, pero terminó encerrado jugando al solitario. Primero perdió a Gago, que se sacó del equipo con su pobre rendimiento. Después cayó el Kun Agüero, lesionado, que al volver apenas fue una sombra de aquel goleador del City llamado para sentenciar las grandes citas. Más tarde lo abandonó Di María, el dinamizador del equipo, el ladero con mayor verticalidad y explosión para acompañarlo. E Higuaín, salvo en la tarde contra Bélgica, trajo al Mundial su versión más descolorida.

Messi se quedó desabastecido en un desierto.
Perdió pólvora y puntería. Rompió la maldición del arquero nigeriano Vincent Enyeama, al que no había podía quebrar en Sudáfrica 210, pero desde entonces no convirtió más en sus restantes 478 minutos en el Mundial. No fue casual. El capitán hizo una enorme concesión en beneficio del estilo colectivo que tomó la selección. La recortada fluidez del juego comprimió a la Pulga.

Él precisa socios para un mayor radio de distracción, pero la formación se estructuró para resistir, para ocupar los espacios, para cerrarle los caminos a los rivales. Y la Argentina lo consiguió, a medida que Messi fue quedando como un paria.

El blindaje albiceleste lo opacó. Y lo agotó, porque no le escamoteó ni una gota de sudor a la propuesta. Como ejemplo, vale el mano a mano con Courtois en el final del choque con Bélgica que, fresco, resolvía con una gambeta antes que rematar al cuerpo.

¿Se quejó? Nunca. ¿Se sublevó? Jamás. Así de involucrado estaba detrás de la causa común, que era también la de él, coronarse campeón, aunque no fuese recorriendo los caminos que lo beneficiaban. Al revés de lo usual, la estrella jugó para el equipo. Y eso convendría reconocérselo.

Quizá Messi nunca más vuelva a estar tan cerca de convertirse en mito. Más allá de los cuatro o los mil Balones de Oro que reciba. El día era anteayer, en el Maracaná, para rubricar la victoria más trascendente de la historia del deporte argentino.

Por eso la distinción como mejor jugador de la Copa hasta a él le pareció una burla. «Este premio no me importa nada», confesó. Y créale, es así. Si quisieron consolarlo, le abrieron la herida. Vaya a saber qué ridículo coeficiente aritmético envalentonó a la FIFA para concretar otro desatino. ¿O fue comercial? Un alemán se merecía la mención. Quizá el arquero Manuel Neuer., pero la FIFA ni lo había incluido entre los 10 candidatos. Entonces, Philipp Lahm hubiese sido un buen receptor, casi un símbolo para el capitán, y crack, del formidable proyecto alemán.

Messi ofreció durante el Mundial rasgos que nunca se le habían visto. Porque trucos y fantasías se le conocían, pero esta vez le agregó rabia y liderazgo a casi todo su periplo. ¿Recuerdan la arenga contra Holanda? ¿Alguien lo había visto así? ¿Y los festejos contra Bosnia e Irán?

Los puntajes de LA NACION fueron 5 contra Bosnia (nos equivocamos, ese día mereció una calificación más alta), 7 con Irán, 10 con Nigeria, 7 con Suiza, 8 con Bélgica, 6 con Holanda y 4 con Alemania, para un promedio final de 6,71 que lo incluye en nuestra selección ideal de la Copa del Mundo.

Sí, su peor actuación fue en la final del mundo. Desfavorecido por el dibujo y las circunstancias, Messi igual debió insubordinarse. Condujo a la Argentina hasta un lugar inhabitado por años, y ahí falló. Le duele más que a nadie. Él quería ser leyenda.

Del sueño en Río a la realidad argentina – La Nación

lanacion.com| Opinión| Mundial Brasil 2014

Miércoles 23 de julio de 2014 | 11:43

Del sueño en Río a la realidad argentina

Abramos la esperanza de que algunos de estos alentadores signos puedan extenderse a la vida comunitaria

Por Gabriel Astarloa | Para LA NACION

La vida real no presenta a menudo la trama de aquellos sueños más anhelados. Por ello, las decenas de miles de argentinos que, movilizados por esa pasión inexplicable que el fútbol genera, llegamos a Río de Janeiro en los días previos a la final de la Copa del Mundo, vivimos jornadas que permanecerán imborrables.

A poco del regreso, mientras la fiesta va cobrando su propia dimensión, se perciben también los contrastes con la realidad, por cierto menos festiva.

No hace falta explicar lo que significa este certamen a nivel planetario, ni que el entusiasmo y la proximidad geográfica alentaron a muchos a forzar las agendas y recurrir a los ahorros emprendiendo periplos de todo tipo, incluso algunos por demás aventureros. Después de 24 años, el seleccionado nacional «cruzó el Rubicón» de jugar los siete partidos. La euforia de la gente fue creciendo en paralelo con la mejora evidenciada en el nivel de juego con el correr de los partidos.

El tradicional rival había quedado, además, duramente eliminado. La semifinal ganada por penales en San Pablo desbordó los corazones de jugadores y simpatizantes en una histórica jornada en la que nadie se apercibió de la lluvia y el frío. Al día siguiente, inició la peregrinación final a Río y una breve parada casi a la vera de la autopista en el santuario de Aparecida -la mayor devoción mariana en Brasil- nos hizo sentir como en Luján.

En todos lados, pero especialmente al llegar a la playa de Copacabana, la «cidade maravilhosa» se presentaba vestida de celeste y blanco frente a la serena resignación de los locales. Lo que importaba realmente era estar, ser parte de esa celebración digna del mejor cuento de hadas, aun cuando muchos no tuvieran chance alguna de ingresar al mítico Maracaná.

El resultado final tampoco alcanzó a empañar el brillo de esos días. El equipo nacional jugó bien y perdió en los últimos minutos con suma dignidad frente a un gran campeón. El fútbol, a no olvidarlo, es después de todo un juego. No dominó por ello la desazón en el largo viaje de regreso por tierra, sino el regocijo, aunque levemente atenuado por la derrota. Si alguna pena invadía el alma era porque el mejor de todos, nuestro querido Leo, no pudo levantar la Copa en la que parecía su ocasión más propicia.

La noticia del triste desenlace de los festejos en el Obelisco fue un pronto despertador del sueño transcurrido. Apenas cruzada la frontera, una piedra arrojada sobre el parabrisas desde un puente en la localidad de Paso de los Libres nos recordó que la inseguridad no es un flagelo que azota sólo a las grandes ciudades.

Retomamos al regreso nuestras ocupaciones, y la cruda realidad nos recibe con sus mismas contradicciones. El saludable lazo de unión nacional que nos envolvió a todos durante el Mundial no brinda per se soluciones mágicas ni inmediatas para los graves problemas estructurales que aquejan a nuestro país, como las inequidades y la pobreza extrema, la baja calidad de la educación, la corrupción, la debilidad institucional, la ausencia de políticas de largo plazo. todas materias de prioritaria atención por parte del nuevo gobierno que vamos a tener a fines de 2015.

Pero el fervor mundialista que vivimos y todavía nos impregna despierta algunas notas de optimismo. En el fútbol pudimos comprobar los efectos benéficos que tuvo apostar al sentido de equipo, a la humildad, la entrega generosa y la confianza recíproca antes que la mera dependencia de un líder o de sólo «cuatro fantásticos».

En estos días, más allá de que siempre existen posiciones extremas, prima en la consideración general frente al resultado deportivo adverso una mirada que valora el esfuerzo y el aporte de todos sin rencores despiadados ni críticas destructivas. Es como que parecemos estar predispuestos para gozar de la riqueza de haber tenido ayer a Maradona y hoy a Messi, sin caer en posturas maniqueas y en una frustrante lógica binaria.

El fútbol, como decíamos, es un juego. Pero en verdad es mucho más que eso. Entre nosotros es una pasión que prende desde la infancia, crece con los años y se contagia entre generaciones, que cala profundo en los huesos generando recuerdos, sufrimientos y alegrías. Como si fuese un espejo, exhibimos en este ámbito conductas que, seguramente sin darnos cuenta, predican muchas veces decisivamente sobre nuestros modos de comportamiento social.

Abramos pues la esperanza de que algunos de estos alentadores signos puedan extenderse a la vida comunitaria. Se trata más de procurar asimilar el mensaje que dejó la selección antes que de seguir entonando el «Brasil, decime qué se siente…».

Si logramos renovar nuestras prácticas políticas dejando de lado la confrontación permanente para valorar la opinión del otro, si elegimos nuevas autoridades el año que viene priorizando a quienes apuestan a formar sólidos y probados equipos de trabajo para gobernar, entonces tendremos también, aunque no sin los naturales riesgos y esfuerzos, una chance seria de alzar el preciado trofeo, aquel que nos permita un desarrollo integral y la convivencia pacífica de los argentinos en justicia, unión y libertad.

Dilma y su gobierno, inquietos por el impacto

lanacion.com| El Mundo| Mundial Brasil 2014

Jueves 10 de julio de 2014 | Publicado en edición impresa

Brasil
Dilma y su gobierno, inquietos por el impacto de la catástrofe del Mundial

Temen que el malhumor de los brasileños por la contundente derrota con Alemania se proyecte sobre el voto en octubre, cuando la presidenta busque su reelección; el golpe económico

Por Alberto Armendariz | LA NACION

RIO DE JANEIRO.- En busca de la reelección el 5 de octubre, la presidenta, Dilma Rousseff, siempre sostuvo que su suerte en las urnas no estaba atada a la performance de la selección brasileña en el Mundial.

Sin embargo, tras la humillante eliminación que sufrió el equipo verdeamarelo frente a Alemania anteayer, el gobierno teme que la profunda decepción que se apoderó del país aumente el ya frustrante clima económico y perjudique sus posibilidades de éxito.

Uno de los primeros visitantes que acudió ayer al Palacio del Planalto fue el presidente del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), Rui Falcão, uno de los principales articuladores de la campaña por la reelección de Rousseff.

Aunque la prensa aseguró que la histórica derrota 7-1 contra Alemania no cambia los planes petistas y que la jefa del Estado sólo entrará de lleno en la contienda a partir del día 20, en los pasillos del palacio presidencial ya se hablaba de un cambio de estrategia para «despegar» a Rousseff de la demolida selección y resaltar sólo los aspectos organizativos del Mundial, que han funcionado muy bien o por lo menos no fueron el desastre que se había anticipado.

«La Copa es la Copa. Ahora es el momento de sufrimiento, pero en agosto se dará vuelta la página. Como gobierno debemos dejar claro que la infraestructura funcionó perfectamente. Las elecciones son otro capítulo», confirmó en sus primeras declaraciones el secretario general de la presidencia, Gilberto Carvalho.

Su postura de separar el fútbol mundialista de la política tiene una base histórica; hasta ahora, nunca hubo una correlación directa. En 1998, pese a la caída de la selección brasileña contra el equipo anfitrión del Mundial de Francia, Fernando Henrique Cardoso fue reelegido en primera vuelta.

En el Mundial de Corea-Japón, sucedió lo contrario: Brasil se alzó con la Copa, pero el candidato oficialista, José Serra, perdió ante Luiz Inacio Lula da Silva. Y si bien en los mundiales de Alemania y de Sudáfrica la selección brasileña fue derrotada, Lula ganó la reelección en los comicios de 2006 y su ahijada política, Rousseff, llegó al poder en 2010.

«Hasta hoy, la asociación entre fútbol y resultado electoral era un mito. Pero hasta hoy nunca había ocurrido un papelón como éste. Vamos a ver a partir de ahora qué efecto puede producir», advirtió, por su parte, el director general de la encuestadora Datafolha, Mauro Paulino.

Según un sondeo de esa empresa revelado la semana pasada, gracias al cambio de humor que generó el Mundial en la sociedad brasileña en las primeras tres semanas, la intención de voto de Rousseff parecía haber mejorado. La presidenta, cuya imagen había sufrido un fuerte desgaste desde las protestas del año pasado en reclamo de mejores servicios públicos y contra los gastos de 11.000 millones de dólares para el Mundial, pasó de tener un respaldo de 34% en junio a un 38% este mes.

Sus contrincantes también se beneficiaron por el ambiente, pero menos: el senador Aécio Neves (Partido de la Social Democracia Brasileña) pasó del 19 al 20%, en tanto que el ex gobernador de Pernambuco Eduard Campos (Partido Socialista Brasileño) subió del 7 al 9%.

«Estas oscilaciones son temporales. Otros elementos son más relevantes para las elecciones que el fútbol, sobre todo la economía. Y si bien existe un consenso de que los resultados económicos no son los que se esperaban, la economía brasileña tampoco se contrajo en estos cuatro años. Lo que el gobierno debe evitar en estos próximos meses es que haya una goleada económica que empeore la situación», señaló a LA NACION el profesor Mathieu Turgeon, del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Brasilia.

Después de una expansión récord del PBI del 7,5% en 2010, el último año de Lula en el poder, el desempeño económico del Brasil de Rousseff ha sido desalentador: 2,7%, en 2011; 1%, en 2012; 2,3%, en 2013, y para este año se espera un crecimiento de sólo el 1,5 por ciento.

En tanto, la inflación no para de aumentar; es más, anteayer, pocas horas antes de la debacle frente a Alemania, el gobierno confirmó que el índice de precios al consumidor de los últimos 12 meses traspasó el techo de la meta oficial del 6,5% y se ubicó en 6,52%. No obstante, el desempleo sigue siendo bajo, en torno del 5,4 por ciento.

«Durante la campaña, el gobierno hará hincapié en cómo se ha logrado reducir las desigualdades sociales en esta década del PT en el poder y no tanto en los números actuales. Ya con el Mundial finalizado, subrayará la capacidad de Brasil para organizar este gran evento que fue un éxito internacional, más allá de los resultados para la selección brasileña», señaló Turgeon, para quien Rousseff deberá de cualquier modo disputar una segunda vuelta electoral el 26 de octubre.

Hasta que se acabe la Copa, todavía faltan cuatro días, en los que el gobierno buscará evitar a toda costa que haya problemas de seguridad -ya se anunció un refuerzo de efectivos para la final en el estadio Maracaná de Río de Janeiro- y accidentes como el que ocurrió la semana pasada en Belo Horizonte, donde se derrumbó un viaducto en construcción que era parte de las obras previstas y nunca terminadas para el Mundial.

LAS CIFRAS QUE AMENAZAN AL PT
38%
Intención de voto
Con esa cifra, registrada por Datafolha, Dilma ganaría en la primera vuelta pero no evitaría el ballottage.

1,5%
Crecimiento
Este año, la economía brasileña tendrá su menor expansión en los últimos desde que el PT llegó al poder.

6,52%
Índice inflacionario
Aunque levemente, el índice de precios al consumidor traspasó el techo del 6,5% que tenía proyectado el gobierno.

A este 2do. puesto no hay que olvidarlo – La Nación

canchallena.com > Columnistas > Daniel Arcucci > Mundial Brasil 2014

Domingo 13 de Julio 2014 / 23:53

A este 2do. puesto no hay que olvidarlo

Por Daniel Arcucci / canchallena.com

RIO DE JANEIRO.- La selección argentina le pudo haber ganado a Alemania. Hizo méritos para lograrlo. Si no lo concretó fue porque la ecuación que tantas veces le dio frutos, esta vez funcionó al revés: lo que la defensa fue capaz de sostener, el ataque no fue capaz de resolver. Sólo por eso. Ahora bien: si Higuaín, Messi y Palacio hubieran concretado alguna de esas situaciones de gol que contra un equipo como el alemán es un pecado desperdiciar, ¿el mundo del fútbol habría olvidado el increíble proceso de formación y transformación que llevó adelante Alemania? Seguramente no.

Pues lo mismo puede decirse de este segundo puesto de la Argentina. Olvidarlo, no acordarse, sumarlo como uno más a la cadena de frustraciones sería retroceder varios pasos cuando se han dado dos hacia adelante. Y no se habla sólo de haber «pasado el Rubicón» de los cuartos de final, frase de Alejandro Sabella que quedará en la historia junto con «Somos Argentina», de Lionel Messi, y «No quiero comer más mierda», de Javier Mascherano .

Se habla de una base sobre la cual seguir edificando. El espíritu de grupo es lo primero que surge como un valor, pero esta vez no sólo expresado en lo que puede ser una convivencia, que no se trata esto de un viaje de egresados, sino llevado al campo de juego, con la solidaridad como herramienta, cuando no funcionaron los mecanismos de la inspiración.

¿Qué pudo ser lo que generó semejante fascinación en la gente cuando en media Copa del Mundo a este equipo le faltó brillantez y juego? La entrega, seguramente, pero aún más que eso la disposición para reformularse y encontrar la mejor versión, en algunos casos por encima de sus propias posibilidades. Pasar de «los cuatro fantásticos» a los «once guerreros» cuando fue necesario, rendir como lo hicieron los Romero, los Garay, los Rojo, los Biglia cuando fueron requeridos.

Sería imperdonable no tomar el legado de Mascherano. En el balance, seguramente mejor que Messi, aunque sería una injusticia, también, no verlos como complementarios. Determinante uno al principio, determinante el otro al final. Si el Balón de Oro era para un futbolista argentino, como lo fue, esta vez lo merecía más El Jefe que El Genio, el corazón que la magia, al fin y al cabo más representativo de un equipo que fue eso.

Messi dejó pasar una oportunidad, es cierto, lo que no quiere decir que haya fracasado, ni mucho menos. Como dijo Maradona en enero, no necesitaba ganar en Brasil para «ser el mejor del mundo», aunque no necesariamente haya sido el mejor del Mundial.

Muchas veces se miró al pasado en esta Copa. Primero, porque se quebraron varios récords de los indeseables, los que se extienden en el tiempo y se convierten en trauma e involución. Segundo, porque comparar sirve como valor de referencia. No llegó, este equipo, a lo que llegó el del 86, pero superó, este equipo, lo hecho por el del 90.

Aquella vez hubo que empezar todo de nuevo. Esta vez es cuestión de capitalizar lo hecho. Y como el haber aprendido a perder sin buscar excusas también forma parte del balance positivo, vale observar, cómo no, el ejemplo del vencedor, Alemania, que a cambio de llevarse una Copa dejó un mensaje: formar lo que no se tiene, aunque eso lleve tiempo.

Pasó el Rubicón con los genes del ’86 y del ’90 – La Nación

canchallena.com > Columnistas > Daniel Arcucci > Mundial Brasil 2014

Pasó el Rubicón con los genes del ’86 y del ’90

Por Daniel Arcucci | canchallena.com

BRASILIA.- El Vasco Goycochea, que hace 24 años se hizo eterno, cuenta que todavía hoy, cuando los hinchas lo cruzan por la calle, lo saludan al grito de «¡Gracias por aquel título, Goyco!», como si la Argentina se hubiera coronado en Italia ’90. Y no, no se coronó, pero hasta ayer ese Mundial marcaba para el seleccionado el récord que a ningún deportista le gusta ostentar: «la última vez que.».

Cuando a «la última vez que» se le empiezan a sumar años detrás no se agiganta el orgullo, sino el karma, que empiezan a arrastrar generaciones, una barrera que parece infranqueable y sólo parece levantarse para dejarle paso a más y más frustración.

«Tenemos la esperanza de cruzar el Rubicón», había dicho Alejandro Sabella 24 horas antes de partido que volvía a poner al seleccionado frente a esa muralla y, una vez parado frente a ella, le había dado el sentido que la palabra realmente tiene: «Tomar una decisión importante afrontando un riesgo». Eso hizo, justamente. No tomó una sino un par de decisiones importantes y el equipo cruzó la frontera maldita.

No tuvo la épica literaria, seguramente, de los penales atajados por Goycochea ante los yugoslavos ni tampoco, ciertamente, la épica histórica de los goles de Diego a los ingleses. Pero tiene la grandeza de haber roto el maleficio y le sobran peso histórico y puntos de contacto con aquellas historias como para no dejarlo apenas en un dato estadístico.

Ardía el estadio Artemio Franchi, de Florencia, en aquella tórrida tarde del 30 de junio de 1990, el día que nació la leyenda de los penales, que terminó siendo la de aquel Mundial, con título o sin él. Hubo un antes y un después, pero ese día de cuartos de final a mata o muere, resultó fundacional para un equipo caótico y rabioso, tan enojado con las críticas como con la pelota, al que le cabían más las angustiosas epopeyas que el buen juego que podrían haber producido, y ya no tenían manera de hacerlo, un Diego herido en el tobillo, en la uña y en el alma y un Caniggia al final ausente.

Ardía el estadio Azteca, en México DF, en aquel mediodía tórrido del 22 de junio de 1986, cuando Maradona metió «La Mano de Dios», primero, y «dejó en el camino a tanto inglés», después, para darle forma a uno de esos triunfos que ponen a cualquiera en el altar, y a él lo puso, y al equipo que lo logra en carrera hacia lo que sea, después de haber aprendido a llenar sus tanques con el combustible del cuestionamiento. Aquel día de octavos de final, y no antes, nació la formación que todo el mundo hoy recuerda y que Bilardo insiste en ubicar como el último cambio táctico revolucionario del fútbol.

Créase o no, por suerte están los libros, aquella fue la primera jornada en la que la Argentina jugó con un líbero, Brown; dos stoppers, Ruggeri y Cucciuffo; dos laterales volantes, Giusti y y Olarticoechea, tres mediocamistas con funciones bien determinadas, Enrique-Batista-Burruchaga; y dos delanteros, Valdano y un tal Maradona. No había jugado así antes, pero así quedó en la historia para siempre. Y aunque Diego levantó la Copa después del encuentro decisivo contra Alemania, es el día de hoy que dice «cuando le ganamos la final a los ingleses.».

A pesar de venir de un triunfo contra Uruguay, en los octavos, Bilardo hizo dos cambios, Olarticoechea y Enrique, por Garré y Pasculli. A pesar de venir de un triunfo contra Suiza, Sabella hizo dos cambios, además del obligado de Basanta por Rojo: Demichelis por Fede Fernández y Biglia por Gago. «Tomó una decisión importante afrontando un riesgo», para cruzar el rubicón, o simplemente apostó por aquello que lo convencía más. Sea cómo sea, hizo explícito en hechos lo que había quedado implícito en sus palabras de un días antes, cuando reconoció que el equipo ganaba, pero todavía no jugaba como ellos, como él, sentían que debía jugar.

Contra Bélgica, el seleccionado argentino fue un equipo tan comprometido contra la adversidad como el del ’86 y tan cínico y pragmático como el del ’90.

No tuvo, esta vez, al Messi goleador de siempre, pero sí tuvo, esta vez, al Messi rebelde capaz de ir a recuperar la pelota con la energía con la que un chico iría a reclamar el juguete que le quitaron. No tuvo, esta vez, al Pipa Higuaín impreciso y disperso del Mundial que ya fue, pero sí tuvo, esta vez, al Higuaín letal, capaz de definir el rumbo de un partido con una definición exquisita.

Y después durmió el partido. Durmió al rival. Lo despertaba cada tanto, como si le hiciera un chiste, con los baldazos de vértigo que le lanzaban, esporádicamente, Di María, mientras estuvo; Messi, por supuesto, y el propio Higuaín. Mascherano sólo tuvo que jugar de Mascherano, porque de lo otro se ocupó Biglia, y Garay fue más sólido al lado de Demichelis, que lo respaldó como sólo lo hace un Tata.

Podría haber terminado antes con los tibios belgas, de proponérselo, pero no parece estar en los genes de este equipo refundado, como sí lo estaba en el de los cuatro fantásticos. Este equipo es otro. Distinto. Nació ayer. Al pasar el karma, la barrera, la muralla, la frontera, la maldición de los cuartos de final. El Rubicón.

Un crack cada vez más completo – La Nación

lanacion.com| Deportiva| Mundial Brasil 2014

Jueves 03 de julio de 2014 | Publicado en edición impresa

El momento de Leo

Un crack cada vez más completo

Por Cristian Grosso | LA NACION

BELO HORIZONTE.- Lionel Messi fascina porque es imposible encasillarlo. Con marcas de colección o estadísticas terrenales, él marca el pulso de la selección. Siempre determinante, cuando asombra con datos de fábula o cuando sus cifras no impresionan. En Leo conviven varios tipos de futbolistas. Puede administrar el juego desde la zona medular, asistir a los delanteros o ajusticiar él mismo a los adversarios. Sería absurdo envasarlo en un número.

Sorprende. La Argentina late por él. Hace un tiempo dio un salto de calidad cuando incorporó que algunas jugadas las podía resolver como Pérez o como González. Es decir, que todas sus intervenciones no requerían el sello del crack. Entonces, su juego evolucionó.

Comenzó a registrar todos los recorridos que le convenían. ¿Debe salir? Sale. ¿Interviene menos? También. Pero no se inventó todavía un rubro que mida salvatajes in extremis, porque allí gobernaría por aclamación la Copa de Brasil 2014. Malabarista, killer y domador. El ciclo de Sabella se sostiene en él: con Messi en la cancha, la Argentina lleva 25 partidos consecutivos sin perder (18 victorias y 7 empates) y en ese recorrido la Pulga ha convertido 24 goles. Sensacional.

Messi es un jugador cada vez más completo. Porque sus números en la Copa del Mundo quizá no despierten asombro, no marquen récords ni encabece cada uno de los rubros, pero su prestación es decisiva. No necesita apabullar desde las estadísticas para igualmente ser determinante. Vale un ejemplo, con su mediático archirrival Cristiano Ronaldo como protagonista: Leo acumula 15 remates y, desde el umbral de los cuartos de final, sueña con el título. Con un partido menos disputado, el portugués bombardeó en 23 oportunidades a los arcos adversarios, pero ya está en su casa.

Un rubro que mide la participación de Messi y su sentido colectivo, más allá de tratarse de una individualidad especialmente desequilibrante, es la cantidad de pases que ha entregado. Tampoco aquí manda, territorio del alemán Toni Kroos con 414 pases contra los 226 de Leo. Es más, el mejor argentino en este casillero es Javier Mascherano, segundo, con 412 entregas y un 88% de acierto. ¿Pero alguien puede dudar de la relevancia de sus asistencias? El minuto 118 del duelo con Suiza y la cesión para Ángel Di María lo resumen con genialidad.

Pese a estar siempre cerca de la zona de fuego, tampoco Messi se anota entre las principales víctimas de las infracciones; por ahora, recibió 14 faltas, un ítem encabezado por Alexis Sánchez, aunque ya se encuentre fuera de competencia, que recibió 34 golpes. Es más, Leo ni es el argentino más maltrado, especialidad reservada para Ángel Di María, que ya acumula 17 infracciones en su cuerpo.

En la revisión numérica saltan singularidades. Una muy paradójica: en los 363 minutos que le tocó estar en la cancha, Messi perdió 40 pelotas. El número es alto. Pero más llamativo se vuelve el rubro al descubrir que la selección argentina reina en el podio con tres representantes: nadie desperdició más balones que Di María, 60 en total, y en el tercer escalón se ubica Marcos Rojo, con 46.

Además, aparecen otros como datos curiosos; mientras el maratonista de la Copa es el volante norteamericano Michael Bradley, que recorrió 54,709 km, Leo suma 33 kilómetros. Y que su pico de velocidad lo alcanzó con 29,6 km/h, mientras el defensor costarricense Junior Díaz es por ahora el más veloz, con una aceleración de 33,8 km/h. ¿La liebre argentina? Higuaín, con una ráfaga de 33,1 km/h, otro dato sorpresivo porque precisamente al delantero se le critican sus desplazamientos pesados.

Messi es inclasificable y desconcierta hasta a las computadoras. Números sueltos, detrás de los que no se lee la auténtica dimensión de la Pulga ni ese objetivo, casi una obsesión, que lo moviliza rumbo al título del mundo.

Cifras que en cualquier caso podrían sugerir baja implicancia, pero como siempre se vuelven relativas al no ubicarlas en un contexto. Porque el fútbol sin conceptos no tiene sentido. Y justo de Messi se trata, un especialista en darle sentido al fútbol.