Archivo por días: 06/07/2014

Pasó el Rubicón con los genes del ’86 y del ’90 – La Nación

canchallena.com > Columnistas > Daniel Arcucci > Mundial Brasil 2014

Pasó el Rubicón con los genes del ’86 y del ’90

Por Daniel Arcucci | canchallena.com

BRASILIA.- El Vasco Goycochea, que hace 24 años se hizo eterno, cuenta que todavía hoy, cuando los hinchas lo cruzan por la calle, lo saludan al grito de «¡Gracias por aquel título, Goyco!», como si la Argentina se hubiera coronado en Italia ’90. Y no, no se coronó, pero hasta ayer ese Mundial marcaba para el seleccionado el récord que a ningún deportista le gusta ostentar: «la última vez que.».

Cuando a «la última vez que» se le empiezan a sumar años detrás no se agiganta el orgullo, sino el karma, que empiezan a arrastrar generaciones, una barrera que parece infranqueable y sólo parece levantarse para dejarle paso a más y más frustración.

«Tenemos la esperanza de cruzar el Rubicón», había dicho Alejandro Sabella 24 horas antes de partido que volvía a poner al seleccionado frente a esa muralla y, una vez parado frente a ella, le había dado el sentido que la palabra realmente tiene: «Tomar una decisión importante afrontando un riesgo». Eso hizo, justamente. No tomó una sino un par de decisiones importantes y el equipo cruzó la frontera maldita.

No tuvo la épica literaria, seguramente, de los penales atajados por Goycochea ante los yugoslavos ni tampoco, ciertamente, la épica histórica de los goles de Diego a los ingleses. Pero tiene la grandeza de haber roto el maleficio y le sobran peso histórico y puntos de contacto con aquellas historias como para no dejarlo apenas en un dato estadístico.

Ardía el estadio Artemio Franchi, de Florencia, en aquella tórrida tarde del 30 de junio de 1990, el día que nació la leyenda de los penales, que terminó siendo la de aquel Mundial, con título o sin él. Hubo un antes y un después, pero ese día de cuartos de final a mata o muere, resultó fundacional para un equipo caótico y rabioso, tan enojado con las críticas como con la pelota, al que le cabían más las angustiosas epopeyas que el buen juego que podrían haber producido, y ya no tenían manera de hacerlo, un Diego herido en el tobillo, en la uña y en el alma y un Caniggia al final ausente.

Ardía el estadio Azteca, en México DF, en aquel mediodía tórrido del 22 de junio de 1986, cuando Maradona metió «La Mano de Dios», primero, y «dejó en el camino a tanto inglés», después, para darle forma a uno de esos triunfos que ponen a cualquiera en el altar, y a él lo puso, y al equipo que lo logra en carrera hacia lo que sea, después de haber aprendido a llenar sus tanques con el combustible del cuestionamiento. Aquel día de octavos de final, y no antes, nació la formación que todo el mundo hoy recuerda y que Bilardo insiste en ubicar como el último cambio táctico revolucionario del fútbol.

Créase o no, por suerte están los libros, aquella fue la primera jornada en la que la Argentina jugó con un líbero, Brown; dos stoppers, Ruggeri y Cucciuffo; dos laterales volantes, Giusti y y Olarticoechea, tres mediocamistas con funciones bien determinadas, Enrique-Batista-Burruchaga; y dos delanteros, Valdano y un tal Maradona. No había jugado así antes, pero así quedó en la historia para siempre. Y aunque Diego levantó la Copa después del encuentro decisivo contra Alemania, es el día de hoy que dice «cuando le ganamos la final a los ingleses.».

A pesar de venir de un triunfo contra Uruguay, en los octavos, Bilardo hizo dos cambios, Olarticoechea y Enrique, por Garré y Pasculli. A pesar de venir de un triunfo contra Suiza, Sabella hizo dos cambios, además del obligado de Basanta por Rojo: Demichelis por Fede Fernández y Biglia por Gago. «Tomó una decisión importante afrontando un riesgo», para cruzar el rubicón, o simplemente apostó por aquello que lo convencía más. Sea cómo sea, hizo explícito en hechos lo que había quedado implícito en sus palabras de un días antes, cuando reconoció que el equipo ganaba, pero todavía no jugaba como ellos, como él, sentían que debía jugar.

Contra Bélgica, el seleccionado argentino fue un equipo tan comprometido contra la adversidad como el del ’86 y tan cínico y pragmático como el del ’90.

No tuvo, esta vez, al Messi goleador de siempre, pero sí tuvo, esta vez, al Messi rebelde capaz de ir a recuperar la pelota con la energía con la que un chico iría a reclamar el juguete que le quitaron. No tuvo, esta vez, al Pipa Higuaín impreciso y disperso del Mundial que ya fue, pero sí tuvo, esta vez, al Higuaín letal, capaz de definir el rumbo de un partido con una definición exquisita.

Y después durmió el partido. Durmió al rival. Lo despertaba cada tanto, como si le hiciera un chiste, con los baldazos de vértigo que le lanzaban, esporádicamente, Di María, mientras estuvo; Messi, por supuesto, y el propio Higuaín. Mascherano sólo tuvo que jugar de Mascherano, porque de lo otro se ocupó Biglia, y Garay fue más sólido al lado de Demichelis, que lo respaldó como sólo lo hace un Tata.

Podría haber terminado antes con los tibios belgas, de proponérselo, pero no parece estar en los genes de este equipo refundado, como sí lo estaba en el de los cuatro fantásticos. Este equipo es otro. Distinto. Nació ayer. Al pasar el karma, la barrera, la muralla, la frontera, la maldición de los cuartos de final. El Rubicón.

La mesa está servida…. y la Argentina ya está pidiendo la carta – La Nación

canchallena.com > Columnistas > Román Iucht > Mundial Brasil 2014

La mesa está servida…y la Argentina ya está pidiendo la carta

Por Román Iucht |

El General Mascherano,líder espiritual en cada batalla, se arrodilla mirando al cielo como lo hacía Willem Dafoe en «Pelotón». Ésta vez la historia no la escribe Oliver Stone sino un tal Alejandro Sabella. En este guión, el director le reserva a quien lidera la tropa un papel destacadísimo hasta el final de la película. Es su representante en el campo, su intérprete más fiel y por eso, está más vivo que nunca. Acude a su abrazo Demichelis. Se funden en un único cuerpo. Y luego aparece Zabaleta. Y se suman Basanta y Garay. Y finalmente Romero le pone la punta a esa pirámide humana, que como una metáfora de lo que ocurrió en el juego tiene su mayor fortaleza en la base.

Messi se suelta y revolea ese santo sudario que es su camiseta. Higuaín celebra con los hinchas como si fuera uno más de ellos. Lavezzi festeja con la misma impertinencia con la que juega cuando está adentro y vive el partido cuando le toca alentar desde afuera. El cuerpo técnico descarga toda su tensión y se apiña como un núcleo indivisible. El primer objetivo está cumplido. Argentina se queda hasta el final de la Copa del Mundo.

Cada partido es una historia. Ya es hora de que aquellos que todo lo observan con un solo ojo comprendan que es posible analizar y cambiar. Que en la toma de decisiones también se ganan los partidos y que en este juego dinámico y particular llamado fútbol, la duda no siempre es sinónimo de miedo.

Como cuando asumió públicamente sus falencias, Sabella tuvo coraje. Siempre presente a la hora de la autocrítica sin creer que la misma suponía un gesto de debilidad, leyó a la perfección este capítulo de la historia. En el momento de aplicar el bisturí operó sin que le tiemble el pulso y cortó por lo sano. Pocos jugadores a lo largo de su ciclo fueron tan simbólicos como Fernández y Gago. Sin embargo el entrenador, tantas veces subestimado, tomó decisiones y actuó con firmeza. Demichelis llenó de presencia la zaga y derramó tranquilidad sobre Garay. Por contagio, «el Negro» fue una de las grandes figuras de la cancha con su firmeza de abajo y debatiéndose con Fellaini y van Buyten en la pelea de las alturas. En el medio, la inclusión de Biglia inhibió a Hazard cuando el belga se retrasó a la línea de volantes y fue el auxilio perfecto para el imperial Mascherano. El tan soñado equilibrio fue una realidad y la Argentina logró hacer de esa Bélgica directa y profunda un equipo espeso, previsible y carente de creatividad.

El gol tempranero de Higuaín causó múltiples efectos. El primero fue el shock de confianza para el «Pipita». Cómodo en su piel hizo un poco de todo y todo bien. Aguantó balones largos para conectar las líneas y descargar en la llegada de los medios, se asoció en el juego corto, y se animó a encarar en esa corrida en la que con caño a Company incluido, remató con clase al travesaño de un indefenso Courtois. Su «retorno» es una excelente noticia de cara a la etapa decisiva.

Además de la ventaja en el marcador, el impacto del delantero del Napoli modificó la velocidad del juego. Como si se tratara de un partido en cámara lenta, la disciplina táctica argentina congestionó cualquier vía de ataque rival. Impotente y plano en la circulación de la bola, salvo por un cabezazo de Mirallas y un puntazo de De Bruyne, los de Wilmots jamás encontraron la manera de provocar peligro en el arco de Romero.

Si el complemento estaba «seteado» para poder explotar espacios jugando de contra, la lesión de Dimaría le quitó a los albicelestes su mejor alfil para lastimar al rey belga. Lo que pudo imaginarse como «mate» solo quedó en un par de «jaques» del primer cuarto de hora. Si bien Enzo Pérez respondió con la misma solvencia que expuso en su última temporada en el Benfica y que acreditó su inclusión en la lista mundialista, con el zurdo del Madrid en el terreno, la ilusión de galopar a campo traviesa hubiera sido algo más que una utopía.

Sin embargo, la ausencia de «Fideo» le sirvió a Messi para demostrar porque además de ser un extraterrestre que se divierte cuando juega a la pelota, también puede ser un jugador de fútbol serio, capaz de interpretar como ninguno las necesidades del equipo. Cuando el juego ganó en tensión y el ritmo se aceleró por el apuro de los «diablos rojos», Lionel se dedicó a cuidar la bola, entregarla siempre con buen destino y oxigenar a la Argentina. En su punto justo de madurez aceptó su rol, fue enorme sin ser el mejor y casi decora el resultado en su duelo personal ante el arquero.

En el plano de la desesperación y con tres torres como referencias de área, los europeos tiraron el resto y más allá de alguna pequeña zozobra en el final, y de la quietud de Romero para dominar el área chica, el barco argentino no corrió riesgos severos de naufragio. Sin brillo pero con autoridad, el triunfo fue tan legítimo como merecido.

Con Holanda por delante, Sabella parece haber encontrado las piezas justas para terminar de armar su rompecabezas. Con Dimaría nocaut y Agüero envuelto en un signo de interrogación, la ilusión de ver el mundial de los «cuatro fantásticos» que ya hasta aquí era solo nostalgia, se terminó de hacer añicos. Lejos de los lamentos, un equipo más terrenal construido a escala humana y con el genio de Messi como bandera, deberá hacerle frente a los últimos dos compromisos. Podrá cambiar algún nombre, pero como si se tratara de un homenaje cifrado, los planos finales de la estructura terminaron de diseñarse en Brasilia, la tierra de la máxima obra del genio arquitectónico de Oscar Niemeyer.

Alejado de los tiempos en HD, las imágenes de aquella bochornosa tarde de calor en el Artemio Franchi de la bella Florencia, empezaban a quedarnos borrosas. Las manos de Goycochea merecían tomarse un descanso y sin caer en el olvido ingrato, al menos pasar a engrosar el archivo. Casi un cuarto de siglo más tarde, el «Vasco» puede descansar tranquilo sabiendo que ya hay historia nueva que tome la posta.

Veinticuatro años después, la selección está en semifinales y vuelve a tener acceso a la exclusiva sala VIP a la que solo ingresan los mejores cuatro de una Copa del Mundo.

La mesa está servida, y la Argentina ya está pidiendo la carta.